Adiós, doctor Arturo Bermúdez B.

Los de mi generación, y algunos más, en Santa Marta, fuimos auscultados casi todos por el médico pediatra Arturo Bermúdez Bermúdez. Recuerdo que, en ocasiones, llegaba a casa de mis padres en consulta a domicilio para examinarme por la fiebre alta y el malestar en la garganta producto de una perniciosa amigdalitis que me persiguió hasta avanzada la adolescencia. Arturo, como amigable y familiarmente lo tratábamos, luego de cruzar algunas palabras con mamá y la tía, se despedía dejando la tenebrosa receta sobre la mesa: tres ampollas de allerpen. Pero del doctor Arturo no solo tengo ese recuerdo, dejó todo un legado que nos lleva a reconocer una Santa Marta de encanto, mágica, en sus libros Materiales para la historia de Santa Marta, El adelantado don Rodrigo de Bastidas, Los piratas…  ensayos y artículos de revistas y un magnífico álbum de fotografías de la ciudad de ayer que hoy nos permiten ver qué tanto ha cambiado la ciudad, para bien o para mal.

Lo cierto es que mientras el pequeño e incipiente “rodadero” que de niño veía yo allá, después, mucho después del batallón Cordova ha crecido tan alto como el que hubo alguna vez en el Rodadero de Gaira, la arena de la playa ha desaparecido hasta el extremo que se ha perdido un buen trecho de ésta. Esa arena, sin duda alguna, fue a dar allá en el terraplén al sur de la bahía. Así desapareció también una hermosa obra arquitectónica: donde funcionó el batallón Cordova, entre las calles de La Cárcel y de La acequia con el Paseo Bastidas; También, entre la calle de la Cárcel y la San Francisco, el parque de Santander con sus cuatro cañones, uno en cada esquina, con sus callejuelas demarcadas por crotos siembre bien podados, y en el centro la estatua del Hombre de las Leyes, y la estatua de Simón Bolívar ecuestre dentro de un nicho, una miniatura que permaneció en el parque de Bolívar, al lado del Montesori, hoy Edificio de los bancos y tantas otras cosas que de verdad hacían de Santa Marta un encanto y que han ido desapareciendo. Sea para bien o para mal.

Gracias al empeño y dedicación del doctor Arturo Bermúdez Bermúdez podemos hoy tener noticias de todas esas cosas de Santa Marta que ya no están, que pertenecieron a una época en que esta ciudad tenía un encanto mágico así no lo tuviera todo.

Arturo Bermúdez Bermúdez fue un hombre que supo ponderar su vida para dar a cada aspecto de ella lo que le correspondía. Ya lo ha dicho su hija Cristina: “…no te faltó nada por hacer porque fuiste buen esposo, padre, abuelo, amigo, hijo, hermano, médico, ciudadano incomparable que hizo tanto por su ciudad y su historia.” Y por encima de todo eso fue un ser extremadamente sencillo y ajeno a toda rimbombancia. Escuché a un familiar de él comentar que Arturo, refiriéndose a su propia muerte, había dicho que a él lo enterraran en cuatro tablas rusticas claveteadas.

Fue cofundador de la Academia de Historia del Magdalena y su presidente por muchos años. No ha tenido Santa Marta en el plano de la intelectualidad un gestor y luchador incansable por la ciudad, su cultura y su historia, como Arturo Bermúdez Bermúdez y si bien por su manera de ser no exigió nada para él, aparte de ver sus proyectos históricos culminados, sí amerita el reconocimiento, admiración y agradecimiento por todo lo que fue.

A su partida de este mundo, el pasado 17 de mayo, se programó un homenaje en la catedral el 19 a las 9 de la mañana. Sentí, lo que llaman vergüenza ajena. Esperaba la catedral con una asistencia llena hasta el atrio y desbordante por las puertas laterales, pero no, escasamente cubría la mitad de las bancas. El Señor Gobernador y el señor Alcalde con sus respectivos gabinetes debieron ocupar puesto en las primeras bancas al lado de Nora y sus hijos, pero no, el gobernador mando con una funcionaria un decreto de honores y el alcalde envió también sus excusas. El señor obispo debió estar ocupado con la programación de Pentecostés y no pudo oficiar, pero al menos la misa debió ser por lo menos celebrada por tres curas con capa pluvial y todo eso, pero no, celebró un solo sacerdote, y he de reconocer que lo hizo con mucha solemnidad. Es preocupante y desesperanzador que más de la mitad de los asistentes ya hemos cruzado la línea de la tercera edad. ¿Dónde estaba Santa Marta para decir adiós a uno de sus ciudadanos más preciados? Ya lo he dicho antes: Santa Marta al lado de sus encantos mágicos arrastra una bellaquería ancestral.