Lo había dicho después del mediodía: Si alcanzo, más tarde paso por el San Miguel para ver cómo celebran allí el día del Amor y la Amistad. Pues sí, se hizo más tarde y alcancé a llegar al San Miguel. Temeroso, con pasos rápidos pasé por un lado de la cancha de básquet donde varios muchachos pateaban balón. Me detuve, unos paso después, a un costado de las 10 mesas de ajedrez que hay en el parque de las cuales sólo cuatro estaban ocupadas por pensadores: señores avanzados en el tiempo con diferentes expresiones de rostro, algunos con gorra, otros con la calva al aire o las canas al viento; precisos para un estudio fotográfico sobre las caras del ser. Casi todos mantenían una mano sosteniéndole la cabeza y humeando por las sienes. Al fondo, sentadas en tres bancas unidas en hilera un grupo de señoras muy maduras y un anciano escuchaban a un conocido señor que de pie frente a ellos les hablaba no sé de qué cosas. Las otras bancas, aisladas unas de otras, estaban ocupadas, unas por mujeres solas, otras por cuatro o más hombres y otras más por parejas, todos llenaban un lugar para pasar una tarde de sábado en el parque en espera, tal vez, de que cayera la tarde, pero en ninguno de ellos se notaba ambiente de estar entre el amor y la amistad.
Los negocios de flores estaban presentados para la ocasión, mesas con manteles rojos sobre los que se exhibían arreglos florales y muñequitos en felpa, parrillas en la pared con diferentes arreglos de variadas flores artificiales, en plástico y papel. Una vendedora me comentó que las ventas para afuera, para los vivos, habían estado más bajas que en años anteriores y que para adentro sólo las dos o tres de todos los días.
Al final del parque se mantienen los murales de la Pachamama, hacia el interior y del otro lado el de San Miguel Arcángel y el Diablo, y frente a éste carritos de raspao, chuzos y hasta loteros.
Entré al camposanto: había gente sentada en las bancas o de pie, al lado de estas, las mujeres con vestidos de “negrito”, como llamaban las abuelas, de tela de fondo blanco con florecitas o manchitas negras o líneas cruzadas en cuadritos, las más jóvenes con vaqueros y camisetas grises o blancas. Todas las personas que he visto en esas circunstancias mantienen una expresión de estar en un limbo, están ahí y nada más, al menos eso es lo que parece. Hice un rápido recorrido y observé que en las tumbas solo permanecían las flores artificiales y uno que otro ramo de rosas con la corola volteada hacia abajo, lo cual es una demostración que en esta fecha no se recuerda a los muertos.
Cuando me disponía a salir escuché al sacerdote que oficiaba unas honras fúnebres pronunciar el nombre del finado. Se trataba de la madre de un amigo. Me devolví y acompañe el funeral. La capilla estaba llena y debí escuchar la misa en espera de la ocasión para saludar a mi amigo y expresarle mis condolencias. Llegado el momento avance hasta donde él estaba. Era el momento de la paz y de regreso, mientras me dirigía a la salida, estreché la mano y cruce abrazos con amigos y amigas con quienes hacia tiempo no me veía.
Septiembre 22 de 2013