Olas que no veremos

Me referí, hace algún tiempo, al atractivo espectáculo que ofrecía el extremo izquierdo del malecón en la bahía al reventar de las olas contra el tajamar. De noche era especial, soberbio, al destacarse, sobre el oscuro fondo, el reguero ascendente de espumas que alcanzaba considerable altura. Notable, también, la audacia de los pelaos que hacían clavados olímpicos contra el oleaje, en los cuales debían caer precisos en el cuerpo de la ola, pues antes y después de ésta se forman vacíos, y caer en uno de éstos era chocar con la arena o las piedras del fondo.

Me sorprendió, en estos días, ver a un grupo de niños lanzándose  desde el segmento de malecón comprendido entre las calles 12 y 13. Tomaban impulso desde muy atrás y se lanzaban, unos de pies y otros de cabeza con los brazos extendidos. Caían al mar, igual que en las viejas épocas. La playa de ese sector había desaparecido y el agua llegaba hasta el tajamar, con una profundidad apreciable que permitía a los muchachos hacer sus clavados. Y ¿dónde está la playa?

Después de la draga china que rescató algo de playa, el mar volvió a llevarse la arena. Construyeron luego dos espolones y trajeron arena quién sabe de qué desierto, pero de playa no era. Algún iluminado gerente de Puertos, cuyo nombre no me interesa, abrió un boquete en el cerro de las “Abras de Santa Ana”.

Más allá de las playas del batallón Córdova y de  san Fernando, he observado desde siempre formaciones de arena en el pie de cerro similares a la que existió años ha en el Rodadero (de ahí su nombre). Hoy esas formaciones son de un tamaño muy superior al que recuerdo de cuando niño. Sostengo, porque sí, que el aumento de tamaño de esos “rodaderos” se debe a los cambios de corrientes originados por el hueco que hicieron en el cerro, y a las edificaciones cerca de la playa que han desviado la fuerza de los vientos, dando como resultado que la arena en lugar de depositarse sobre las playas, manteniendo, podría decirse, el deposito natural de éstas, fue arrojada sobre las playas que se hallan más allá del batallón. Incluso, éstas de por sí ya son más altas que las que se encuentran frente al Paseo Bastidas.

La construcción de dos espolones permitió ganar algo de playa y con el relleno desapareció la depresión que permitía que el agua chocara en el extremo sur del malecón. Desapareció también el espectáculo, gratuito por cierto, para propios y visitantes, a que me he referido en los primeros párrafos.

El espolón izquierdo, empero, siguió creciendo, porque así fue dispuesto, y nada más tengo que decir, y se convirtió en la “Marina internacional” con capacidad para 90, 100 ò más yates, lo mismo da. Ésta cosa se abrió como un abanico de piedras sobre lo que creíamos era nuestra playa, en la que corrimos y nadamos desde niños, y que, junto con otras cosas, nos llenaron la cabeza con la esperanza de que Santa Marta tenía vocación turística o que era la ciudad turística por excelencia. Se vino desde el Club Santa Marta hasta llegar casi a la línea de la calle 18. Sin duda alguna buscan consolidar alguna forma de turismo que muy pocos saben de qué se trata o cómo es.

Lo que queda de la bahía de Santa Marta quedó comprendido entre las líneas de prolongación de la calle 18 y la calle 13; es decir, nos dejaron un pedacito de 5 cuadras. Qué barbaridad. En Cartagena se inventaron playas donde no había e hicieron de esa ciudad lo que hoy es, en cambio en Santa Marta las playas que nos había dado Papa-dios las volvieron mierda.

Porque no hay que creer que ese saldo de 5 cuadras de playas que nos queda de consolación es pura utilidad para el pueblo bañista y deportista, local o visitante. No, señor o señora, no sea ingenuo, por decir lo menos, eso que he llamado saldo de playas es apenas el espacio suficiente para verter los desechos orgánicos de los yates apostados en la marina.

Sin entrar a considerar qué traen en los yates quienes viajan en ellos o se llevan cuando se van, que es asunto de la autoridad competente, hay cosas que indudablemente no pueden faltar. Porque los tripulantes de esas naves se alimentan, comen sólidos y toman líquidos, y estos elementos después de haber sido procesados orgánicamente han de ir a para al mar en forma de micción y heces o excrementos.

En poco tiempo hemos de ver las diáfanas, trasparentes, aunque negras en el fondo, verdiazules aguas del saldo de bahía, cambiadas: con un movimiento lento, como agua pesada, de alta densidad como el mar muerto. Aguas de las que por el solo olor podremos identificar su contenido.