Mi amigo Vladimiro

A la sombra del árbol de tamarindo en el patio de la casa del poeta Rafael Caneva Palomino se reunieron varias generaciones de jóvenes y de otros más adelantados. Recibían allí bajo la tutela del maestro las luces de la iniciación en los ajetreos de la cultura; arte, literatura, teatro y poesía. Yo no participé en esos encuentros. Vladimiro Manuel, hijo del maestro, estuvo entre esos grupos, se forjó y colaboró grandemente con la proyección y actuar cultural del poeta Caneva Palomino: en las actividades de Mediodía y en la biblioteca popular, en la cual los libros de Caneva estuvieron al servicio de los estudiantes y lectores de Ciénaga, Magdalena.

Supe de él y sus actividades por Larissa, su hermana, amiga de mi esposa cuando apenas me acercaba a Ciénaga recién casado. Médico dedicado a la pediatría y participante de actividades culturales. Pasado un tiempo estando vinculado a la Sociedad de Escritores del Magdalena, de la que también era miembro, coincidimos en un evento. Fuimos presentados formalmente y no volvimos a encontrarnos sino varios años después.

Coordinaba yo el programa el Escritor y su cuento en el Banco de la República en Santa Marta. Con esta actividad empecé por las tardes a frecuentar una banca en el parque de Bolívar y sin saber cómo resultamos reuniéndonos a diario Arturo Bermúdez Correa, Tony de la Cruz, Juan Avendaño, Luis Carlos Páez y uno que otro día Vladimiro Caneva Rincón. Siempre había temas de cultura que tratar o actividades que comentar. Le dimos un carácter cerrado al grupo, aunque nos mostrábamos abiertos a todo el que se acercara. A las pocas reuniones supimos que ya nos habían bautizado como “El grupo de reflexión del parque”. El viernes hacía presencia inmancable Vladimiro. Llevaba algún ensayo, artículo o fragmento de algún autor importante o el acta de la reunión del viernes anterior parodiando los hechos y personajes, la lectura de éstos daba base para una tertulia que alcanzaba hasta la medianoche. En grupo asistíamos a exposiciones de arte, charlas o recitales en los distintos centros culturales. Fue un gran apoyo y colaborador en el programa El escritor y su cuento en el que intervino con algunas lecturas.

Con la remodelación del parque de Bolívar se dispersó el grupo. Me topé en varias ocasiones con Vladimiro y saboreando un café, empezaron entre los dos unos interesantes diálogos. Él, poseedor de una vasta formación intelectual, lector de los clásicos de la literatura y autores destacados, conocedor de los vericuetos de la música: historia, teoría y pentagrama, intérpretes y compositores; además de ejecutor del saxofón con algunas prácticas en el clarinete, y yo, aprendiz de brujo, pintor por ratos, escritor por otros tantos, lector sin afán ni compromiso, pero con sentimientos que no he de ser yo quien los evalué. Surgió, pues, la idea de formar un grupo de tertulias y logramos la primera reunión. Cinco concurrimos puntuales a la cafetería escogida y ese día continuamos, pasada la hora de cierre, a puerta cerrada deleitándonos con una charla sobre música gregoriana. Logramos algunas otras reuniones exitosas, pero los oficios de cada quien nos llevó a la dispersión. Continuamos solos, él y yo.

Volvimos a lo anterior y con uno o más tintos conversábamos no solo de arte y literatura sino de asuntos personales y fue entrando entre ambos un círculo de confianza, no obstante, el tema central era algún autor o alguna obra que hubiésemos visto en alguna exposición. Su personaje favorito y respetable en literatura, me atrevo a decir, fue el mejicano Alfonso Reyes. En varios de nuestros encuentros sacaba el libro de Reyes y abordaba La experiencia literaria. Leía con solemnidad y hasta con devoción: sobre la literatura, la poesía y la crítica. De mi parte esperaba que terminara la lectura y terciaba con una apreciación irrespetuosa, como: qué tanto parapeto para expresar lo que se vive y se siente y ni qué decir de la critica. En más de una ocasión terminábamos compartiendo mi apreciación, en la que se mostraba de acuerdo. Igual, no estábamos muy convencidos de la viabilidad de la Teoría Literaria.

Así, en torno a ese rollo de cosas y opiniones fue concretándose una verdadera amistad entre Vladimiro y yo. Con su porte distinguido, guayabera y sombrero de aguada o gorra, pantalón, medias y zapatos en armonía cromática, cualquier día entre semana compartíamos un tinto en los cafés del centro o íbamos a los centros comerciales de las afuera donde además de tomar café y charlar, recreábamos la vista con el paisaje móvil.

Estuvo muy atento a la celebración de actividades en Ciénaga en conmemoración del centenario de nacido su padre, produjo algunos documentos y recientemente uno sobre los últimos cincuenta años de cultura en Ciénaga y me confirmó haber terminado, hace poco, un extenso escrito sobre su familia, narrado por Ego, su propio personaje, pues no gustaba escribir en primera persona. Para mí su escrito más interesante el es cuento “La mansión del diablo”

En los últimos meses Vladimiro mostró algunas molestias de salud, pero no pensé que fuera a terminar de la misma manera como él me decía, hacía yo en mis escritos: cuando menos se esperaba. Falleció el 2 de julio de 2014.

2 pensamientos en “Mi amigo Vladimiro

  1. Juaco que dolor. Estoy leyendo tu escrito y me ha sorprendido esta noticia. Yo no estaba en Santa marta y no me entere.
    Creeme que me ha dolido mucho.
    Quiero darte un abrazo de condolencia porque se de esa amistad. Debes estar muy triste.
    Acompanandolos de corazon.
    Para nosotros se nos fue un aporte a la cultura.

    Gran abrazo

    Elmis Hernandez
    Libreria El Amanuense

  2. Solo las apreciaciones construidas desde la perspectiva de una amistad sincera pueden mostrar lo que en realidad somos. Joaco, en tu escrito se nota el aprecio que profesabas hacia Vladimiro & la melancolía por su partida.
    Gracias Joaquín por enseñarnos una visión de Vladimiro desde la lente de la amistad.

    David José Elías Ramírez.

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