El man del tamborcito

Se han encendido las luminarias del Parque de Bolívar. Como cosa rara se escucha el arrullo de la fuente de las cuatro caras. El murmullo de los concurrentes al café del parque, conversando en grupos reunidos en torno a mesas metálicas, se silencia al oírse:

Ring, ring… Caramba, quién será a esta hora… Ring, ring… Ya voy… Ya voy… Ring, ring… ¡¡¡Aló!!!… ¡¡¡Sí… … Cómo está… Ya he llamado tres veces… Su marido, otra vez, hablando paja de mí en el café del parque. Y usted sabe bien que yo no soy ninguna perita en dulce… Bueno, aconséjelo… Bueno, doña Lola, que esté muy bien…

♫♫ “Señora Lola, diga a su esposo que aguante el bembo, que yo soy hachero de verdad y no como cuento… La única hazaña de su marido fue haber corrido como un demente… Señora Lola, dígale rápidamente porque si sigue hablando me obliga y no quiero actuaaaar”♫♫.

Usa sombrero hongo y gafas panorámicas, y canta percutiendo un extraño instrumento formado por potes, campanillas y cuanto chéchere sonoro podamos imaginar pegados a un cubo de plástico. El sociólogo, versado en lenguas vernáculas Tony de la Cruz Restrepo asegura que el nombre de ese instrumento no puede ser otro que cosianfirófono

Con ritmos de bolero, salsa y chandé, en un estilo que llama el vacile, en el cual conjuga la música con notas de humor referidas al público oyente, Álvaro Henao, ejecuta su concierto del atardecer, para agrado de unos e indiferencia o disgusto de otros.

Nació en El Bagre, Antioquia. La celebración de su cumpleaños es la prolongación de la fiesta de las velitas. De muy niño, sin conocer el color ni el valor del oro, fue llevado a Barranquilla. Entre clase y clase tamborileaba sobre el pupitre y cantaba salsa y cumbia coreado por sus condiscípulos en el colegio Francisco José de Caldas, donde se hizo bachiller. Recibió título de tecnólogo mercadotecnista en la Universidad del Litoral, a los 23 años.

Trabajó en Colseguros durante año y medio, luego, dos años en Condimentos Lara. “Ganar plata desde muy joven –dice Álvaro, es contraproducente. Eso me perjudicó, porque las tentaciones están en todas partes y la rumba nos conecta con ellas”.

De rumba en rumba, y fumando uno que otro pucho de hierba, perdió el rumbo. Pero una oferta para trabajar en Cartagena lo llevo a reencontrarse con el mundo laboral.

En Cartagena, como vendedor de electrodomésticos, vestía camisa de puño y corbata. Con esa indumentaria, cargando un maletín repleto de catálogos y papeles, con poco dinero para transporte y en una ciudad desconocida para él, debía caminar bajo el ardiente sol en busca de compradores. Pronto empezó a desfallecer.

Cualquier día, arrastrando el peso de la incertidumbre y con los bolsillos vacíos, se enfrentó al mundo con el poco ánimo que le quedaba. Recogió de un solar un tarro de plástico y lo decoró con ripios de una bolsa negra. “Este va a cantá”, se dijo.

Abordó el primer bus de ruta que pasaba. Tocó y cantó. Tras los aplausos de los pasajeros recaudó $800. En otro bus obtuvo $1.000 y en otro, $1.200. Así, ese día de 1993 se hizo $8.000 que cambiaron el rumbo y el sentido de su vida.

Siguió cantando y tocando  en buses de trasporte urbano, y para propios y turistas, los feriados en la playa. Un día, hace ya muchos años, un grupo de turistas lo contrató para que les animara el viaje en buseta hasta Santa Marta.

En Santa Marta las cosas marcharon bien por algún tiempo. Le cayó después una mala racha que por poco le hace olvidar el color de los billetes. Pero una noche, con la luna llena, las estrellas, las olas y El Moro como testigos resolvió probar otro estilo: conjugar, como dice él, la música con el humor. En el vacile alterna la letra de las canciones con la mamadera de gallo. Cuando actúa, sin importar la broma que haga, se mantiene serio.

Con el nuevo estilo, la situación mejoró para Álvaro Henao. En Cartagena lo distinguían con el apodo de Barranquilla, pero al llegar a Santa Marta fue rebautizado. Pocos conocen su nombre de pila, ni aun en la recepción de la residencia donde habita. Todos lo llaman tambor o el man del tamborcito. Pasó la barrera de los cincuenta años y se “llena de requisitos” porque está seguro que de un momento a otro le llega la realización definitiva de su vida.