Razones de un anciano

Hoy ha sido un día muy especial. Sol radiante, brisa moderada, gente alegre y saludadora. Sobre todo porque hoy se conmemora el día de Santa Lucia. Aquella mujer de Siracusa que ofreció su vida a Dios e hizo voto de castidad. Comprometida por su madre en matrimonio, llegó ante su pretendiente y con la punta de una espada se extrajo los ojos, pues de ella era lo que a él más le gustaba, los colocó en una bandeja de plata y se los entregó al joven pidiéndole que la dejara consagrar su vida a Dios –me ha dicho  al sentarse en el mismo escaño donde yo estaba tomándome un tinto.

Sí, efectivamente –continuó diciendo–, soy un aficionado a esa santa –devoto querrás decir, le corregí– sí, eso. Has de saber que desde hace años he tenido problemas con la vista. Hace ya un tiempo me operaron un ojo por problemas de presión, además, siempre tuve complicaciones con la hipermetropía y el astigmatismo que ningún lente me servía. Afortunadamente he mejorado notablemente y dicen que esas mejorías son por intersección directa de Santa Lucia que es la patrona y protectora de los invidentes y afectados de los ojos. Para que lo sepas, yo no he sido muy rezandero –me dijo–, pero a esa santa le he tenido aprecio por su valentía y decisión ante la fe, cosa que no se ve todos los días. Dicen que aun después de haberse sacado los ojos continuó viendo.

Pero lo más importante –siguió diciendo– es que hoy, día de esa santa, protectora de los ciegos, he visto cosas y me he convencido de lo que durante tanto tiempo con los ojos bien abiertos y los lentes mejor ajustados no había visto antes.

–Aja, ¿y cómo es eso?

Pues que la vida transcurre independiente de lo que tú quieras. Si quieres dormir todo el día o salir a trabajar o dedicarte a vaguear por las calles; en fin, hacer lo que a ti te venga en gana: la vida, ahí como quien no quiere la cosa, sigue su rumbo. Después, ahí sí, de ojo afuera no hay Santa Lucia que valga o como dicen por ahí: de nada vale llorar sobre la leche derramada. Eso, en mi entender rudimentario, es como quien dice: lo que se hizo o se dejó de hacer ayer ya hoy no tiene remedio, y cualquier cosa que se haga hoy ya sería una versión totalmente distinta. Es como eso que también dicen: que las segundas partes nunca son buenas. Lo cual es valido hasta con el cucayo del arroz. Sucede, de igual forma, con la independencia objetiva de las cosas, éstas se producen independientemente de que se las piense o no, por eso no hay que fantasear con que las cosas por sí van a suceder, si no está en nuestras manos hacer que sucedan. Y aun así, tenemos que ponderar las situaciones o agentes adversos. Por eso mismo no ha de extrañarnos la forma de actuar o de reaccionar de los demás. Debemos estar preparados para lo que suceda y asimilarlo, y no estar, como le ocurre a mucha gente, pensando que el otro hará lo que nosotros internamente pensamos que haría. He escuchado decir: “Hay, yo que pensé que se le iba a ocurrir traerme un vaso de agua”: ¿Habrase visto? Cuando el otro no sabía, siquiera, que la abuela estaba chupando cocada de ajonjolí.

Le ofrecí un tinto, pero me contesto que ya había superado esa etapa. Se levantó, se ajusto el viejo y sucio sombrero, dobló unos periódicos debajo del brazo y sonriendo dijo adiós con un movimiento de la mano derecha. Sorbí el tinto mirando al anciano alejare mientras el sol se escondía en el horizonte.