Cuestión de saltos

Revisamos el actuar de las generaciones actuales con la óptica de tiempos ya idos y nos encontramos con saltos y variaciones que se estrellan con la conformación de nuestra manera de pensar y de actuar. Desde nuestro punto de vista, en el transcurrir de los años, se ha venido produciendo un deterioro en la conducta de los nuevos exponentes de nuestra especie. Ello producido básicamente por un deterioro también en la forma y procesos educativos tanto domésticos como escolares, así como por la incidencia permanente de factores externos cada vez más sofisticados y numerosos, producto de los avances tecnológicos al servicio de las comunicaciones.

Podría pensarse que nuestra visión se enmarca en aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Si no es propiamente una afirmación categórica sí es reflejo de una duda racional. Tiene sin lugar a dudas sus variaciones positivas y sus consideraciones sobre el actuar y desenvolvimiento de la persona, en su momento el estudiante. En aquel tiempo imperaba la disciplina que a la vez que se define el como conjunto de normas que rigen una actividad o una organización, designa también látigo para azotar. Hablar de disciplina en la escuela de nuestra época era hablar de regleta y, en muchos casos, de rejo. Era la vigencia del pensamiento de que la letra con sangre entra. Entre una serie ingeniosa de castigos valga señalar el tachar las vocales de un periódico, cuando no el agotamiento físico corriendo alrededor de la cancha de fútbol hasta nueva orden.

Pero aparte de que quedaba la hendija de burlar la disciplina como reto del atrévete, había solidez en la enseñanza de las materias. Se estudiaba, por ejemplo, anatomía fisiología e higiene en el texto de Jorge Vidal seguido rigurosamente por el profesor José Jimeno y física en el libro de Quiroga, no en los manualitos integrales que empezaron a salir en la década del 70. En esa época se perdían los años por falta de estudio, tres materias y a repetir, si el colegio lo aceptaba.

Es cierto, había aspectos cuestionables como el estímulo a la competencia y el desprecio al que se retrasaba. Había estudiantes comelibros de cinco aclamado, calificativo que nada sumaba pero marcaba la diferencia, en tanto la mayoría de los normales se concentraba entre el cuatro y el tres, con bajadas al dos con cinco. Sí, eran los normales los que jugaban, hacían desorden, tenían iniciativas y se apuntaban para genios, sin descontar que entre los santos aclamados hubiera algunos que rompieran los esquemas.

Aunque era marcada la tendencia a la mecanización en las matemáticas, había una gran cuota de entrenamiento y utilización de la razón, lo cual era, sin lugar a dudas, el pasaporte para el uso del sentido común, tan escaso en estos tiempos.

Hoy día los estudiantes están conectados con el mundo, todo está resuelto en la internet y desde el vientre materno ya están conectados. Hacer clic, es la acción clave. La disciplina es represión y restricción al libre albedrío. Los estudiantes se auto consideran responsables para  hacer lo que estimen conveniente y si el maestro se descuida lo tiran por la ventana. Ninguno pierde el año y en lo tocante a nuestro departamento ocupan los últimos lugares en las pruebas estatales.

Pero eso sí, son  unos expertos en el manejo de los teléfonos celulares más sofisticados, del blackberry, del PC portatil, son los primeros en facebook y twitter, mas no para aprovechar las ventajas que los acercan al conocimiento sino para chismografiar por el chat y estar en línea con otras veleidades, y ajenos a una realidad que los absorve sin que se percaten de ello.

No es de extrañar, pues, encontrar a algún recién graduado de pregrado (así se designa a los cinco años de universidad), y hasta de pronto de postgrado con la boca abierta mirando el techo y haciendo cálculos para determinar la postura que hubo de optar la vaca para haber puesto la plasta de caca en la viga.

Mientras estos episodios se dan en el común de la población, con una mayor cobertura de educación por supuesto, hay pequeños grupos que estudian juiciosos y bajo otras condiciones en mejores y exclusivos colegios, cuyos costos sólo son alcanzables por unos cuantos. Estos serán los futuros dueños del país mientras que al resto no le quedará otro camino que calzar la alpargata del siervo y del peón.

Réplicas de identidad

Como samario me pregunto qué sucede con nuestros elementos de identidad. Será, acaso, que una botella recubierta con pintura opaca y blanqueada en las aristas o un caballo parado sobre sus cuartos traseros con igual recubrimiento o formas variadas hechas con valvas y piedras marinas o barquitos de estilos brotados de la mente creativa de un niño, esculturas de formas inventadas talladas sobre piedra de laja son símbolos de nuestra identidad como samarios.

No se trata de comparaciones para subvaluarnos, pero en Cartagena, por ejemplo, los vendedores de recuerdos atosigan a los visitantes con estatuillas de la India Catalina, ceniceros con replicas del monumento a los zapatos viejos, entre otros. En Valledupar encontramos replicas de acordeón, caja y guacharaca, en dimensiones que empiezan desde los cinco centímetros de altura, así mismo de las pilanderas, de la sirena  de Hurtado, del Santo Eccehomo, del pedazo de acordeón, etc, etc.

En Santa Marta, en cambio, donde es muy extraño encontrar a un samario promoviendo o vendiendo “souvenires”, vemos a peregrinos que se quedaron en el paraíso mágico que lo tiene todo obteniendo el sustento diario con la venta de replicas de cosas que nada tienen en común con esta tierra.

Es fastidioso decirle a otros que hagan lo que uno mismo no hace, pero alguien debería ocuparse, los artesanos de las manualidades, de producir replicas de diferentes tamaños de, por ejemplo: La Catedral, la iglesia de Mamatoco, La iglesia San Francisco, de El Morro, sí, de El Morro, del Nazareno “negro”, de los bongos de Taganga, de las canoas ancestrales de Taganguilla, de la iglesia de Taganga, de los bohíos de los indígenas de la Sierra Nevada  y, por qué no, de ellos mismos en diferentes tareas, etc.

Dentro de este campo es necesario, y tarea de expertos y curiosos, considerar los demás elementos que nos identifican. Ya hemos empezado por darle categoría al cayeye, sigamos por esa linea. Es una propuesta abierta y directa para iniciar la construcción y reconocimiento de una identidad de Santa Marta, aunque a estas alturas de la globalización a muchos les parezca absurdo.

Vecinos y amigos, Víctor Fontanilla Marriaga, In memoriam

Este sábado, la llovizna perniciosa se recogió temprano. Con luna llena, el manto de nubarrones amenazantes se apartó para dejar ver el parpadeo cómplice de las estrellas, en una noche diferente. Esa noche, tiempos que se bifurcan y separan con historias singulares se cruzaron en el encuentro.

Cuatro generaciones cumplieron con la cita. Conocidos y amigos a quienes los años sin vernos habían pintado alguna rayita de más en sus rostros, pero con la misma sonrisa simpática de siempre, como si los viera en fotografías de un álbum de recuerdos. Caí entonces en la cuenta de que todos estábamos medidos por el mismo rasero de tiempo y nos cruzamos en abrazos emocionados.

El silencio fue quebrado por la vibrante y vigorosa voz de don Víctor Manuel entonando un viejo bolero al tañido de guitarras y coreado por sus hijos. De fondo, y para toda la noche, los veteranos de la música caribe con Ricardo Roldán y Roberto Salas con sus  maracas milagrosas.

Y llegaron los mariachis, y don Víctor volvió a cantar. Coronado con sombrero mejicano cantó El Rey. Sí, señor. Este hombre, quien fuera por muchos años contador de Bavaria en Santa Marta, llegó a los noventa rodeado del amor de sus hijos y del afecto y admiración de sus amigos.

En tiempos como estos y en este calamitoso país, cumplir noventa años no es un hecho frecuente, menos llegar a esa edad en pleno vigor. Don Víctor, persona de reconocida integridad y romántico irredimible, construyó su hogar con doña Cristina Roldán, y sus hijos crecieron al fragor de la calle de la Cruz. No han sido ajenos a momentos de dolor y tristeza, que han sorteado con resignación y entereza para salir adelante y realizar sus vidas bajo la mirada afectiva y el consejo paternal oportuno.

A comienzos de los cincuenta, cuando con mi familia llegamos a la calle de la Cruz, encontramos en la familia Fontanilla Roldán unos brazos calurosos que nos recibieron y apoyaron, y las puertas abiertas para una amistad  integra y cruzada entre las dos familias, de la que guardo un baúl lleno de gratos recuerdos.

El destino de cada cual y ese tiempo borgeano que se bifurca, la distancia y la ausencia de algunos, no han logrado impedir que esos lazos de amistad se mantengan firmes.

Este sábado estuve con ellos en el festejo de los noventa años de don Víctor Manuel Fontanilla Marriaga. Fue el reencuentro con él, con sus hijos, nietos y bisnietos, con vecinos y conocidos, separados y silenciados por la distancia pero con la chispa del recuerdo encendida. En esa noche sin lluvia y con la luna escondida entonamos un canto a la vida, al amor y a la amistad. (Noviembre de 2007)

P.S. Terminando diciembre del 2010, a los 93 años don Víctor Manuel se nos adelantó y provisto del respectivo óbolo abordó la nave de Caronte. Mientras despedía a don víctor extendí mi abrazo solidario a sus hijos y familiares, viejos vecinos y amigos.

 

 

El caimán de Tomasita

La fiesta de San Sebastián, defensor contra la peste y protector de niños y niñas, se celebra en varias regiones de Europa y América, con inmensas fogatas y ruidosos festejos populares el 20 de enero. La historia fabulada de este soldado de Cristo, mártir y santo fue utilizada por los curas doctrineros para catequizar indígenas.

Así llegó a los indios Chimilas en la región de Ciénaga y pueblos aledaños, pero fue refractada por la cultura de éstos hasta cambiar del todo su contenido. Se impuso, no obstante, la tradición conservada desde algún momento remoto de la historia, que hoy conocemos como fiesta del caimán, conservando la fecha y una mención al santo.

El día de San Sebastián (protector de niñas y niños), cumple años Tomasita. Miguel Bojato y Ana Carmela Urieles, sus padres, la mandan al mercado con su hermana paterna a comprar comida, café y ron para el festejo. Tomasita ha crecido y es ya una adolescente que debía cumplir algo más de trece años, si no es que cumplía los quince; es decir, ya era una mujer. Miguel sería un desbraguetado, de ahí que otra mujer le pariera a Juanita, y eso entre caribes no es extraño.

Tomasita resbala y cae en la laguna y, según ha dicho Juanita, un caimán se la lleva. Aquí es donde empieza el juego de referencias simbólicas. “Resbala y cae” se entiende como que Tomasita accede a las pretensiones de un galán y se va con él. Ese hombre pretendía desde antes a Tomasita y merodeaba por la humilde chocita de Bojato en “Cachimbero”, y precisamente el día que la joven alcanza la edad apropiada, y dada la oportunidad, decide raptarla. Más adelante, ante los comentarios de su padre y de los vecinos, Juanita llorando pregunta “¿Papi, se la comió?”

En las comunidades indígenas las uniones o matrimonios se arreglan entre familias o se dan de hecho, sin que esto último cause ninguna conmoción especial o disgusto paterno. El raptor ejerce ante la pretendida su virilidad, al tiempo que la mujer consuma un acto de emancipación. Esto es festejado por los padres y vecinos con música de tambores y ron.

El caimán es, pues, el pretendiente que ronda la esquina y, según sean las circunstancias, no a disgusto de la pretendida. No obstante, los padres cuidan y vigilan a sus hijas, como es obvio considerar por el solo sentimiento paternal. Algunos pretendientes, posiblemente, no serían del agrado de la familia y se tomaban, entonces, las medidas pertinentes.

Esta celebración, con su ritual musical, se reconoce como fiesta del caimán. Pero si se trata del cumpleaños de Tomasita, por qué no ha de llamarse fiesta de Tomasita que es la victima. La razón es que no se celebra propiamente el cumpleaños de la joven sino su emancipación y al acto que la propicia; es decir, el ser poseída y reafirmada como mujer por un varón.

El Caimán fue un tótem venerado por los indígenas chimilas, entre otros, como símbolo de virilidad, como símbolo fálico, por ello en el ritual o danza original no figuran mujeres, pues son los hombres los que rinden culto a su virilidad. Pero algunos de esos hombre participan en la danza vestidos de mujer, debido a que, como ya se dijo, no todos los pretendientes (en especial los colonizadores españoles) son del agrado de los padres, y éstos, al igual que en la danza de las “farotas”, se camuflan con vestiduras de mujer para engañarlos y someterlos.

La danza del caimán se baila, alineados en dos hileras, con pasos hacia a delante y hacia atrás, lo que describe el coqueteo insinuante de las jóvenes: “te lo doy, no te lo doy”. Igual que movimientos o pasos laterales que terminan rematados con toque de palmas, para llamar la atención del animal: “aquí estoy” El Caimán, hecho de madera, cartón y papel, se mueve por el medio dando bandazos para un lado y para el otro esperando la oportunidad para atrapar la presa de su predilección

La fiesta de cumpleaños de Tomasita, el día de San Sebastián, organizada, según la leyenda,  por Miguel Bojato y Ana Carmela Urieles cambio su razón de ser y se convirtió en el festejo con tambores, ron y comida de la emancipación de la joven y la reafirmación viril del pretendiente, a quien distinguían con el eufemismo de caimán.

Misia Cuquis

Este anilalejo, insecto del orden ortóptero, de quien se dice sería el único sobreviviente de una hecatombe nuclear, pasa los días y los años sin preocuparse del tiempo, cabe y vive en cualquier hueco y expide un olor que la identifica a distancia. Cuando eclosionan sus huevos liberan una cantidad asombrosa de bichitos filiales, y salpica el entorno con una sustancia asquerosa y maloliente. En condiciones normales de luz visten su alado  atuendo color carmelito como los curas franciscanos y en ausencia de ésta son albinos, totalmente blancas; pero tan pronto reciben la luz solar cambian a su color habitual. De año en año de día en día viajan por la vida sin que alguien las acabe. Buena Vida, doña cuca.