Las vainas de Oscar Luís

Con el debido respeto.

El periodista Oscar Luís Cormane Saumett, ágil y versátil cronista, resulta padecer ahora del mayor aburrimiento del mundo, y hay que leer su quejumbrosa nota de agosto 22 para entenderlo, comprenderlo y…  hasta ahí, porque el resto además fastidioso puede resultarle molesto.

Expresa, además, su descubrimiento sobre “la abierta ingratitud de los amigos”. Esa es la regla de oro: quien se aparta ligeramente de la circulación, cae de inmediato en el olvido. Cuando pasado el tiempo se lo encuentran por ahí, exclaman sorprendidos: “Mierda, y tú, ¿qué te habías hecho? Ese mierda esconde todo un contenido sicosociofilosófico que justifica el olvido y la sorpresa.

Yo conocí a Oscar por intermedio del sociólogo Tony Alberto de la Cruz Restrepo. Fuimos una tarde a visitarlo y volvimos luego otras dos. Después no he vuelto, como tampoco he visto a Tony, salvo fugazmente de un andén a otro, tanto que estoy seguro que no sabe que dejé de fumar y eso hace ya casi cuatro años. Pero vayamos a lo que aburre a Oscar:

La silla de ruedas que lo soporta desde hace varios años debe estar mucho más aburrida que él, de tanto aguantarle los peos y el olorcito a meao de viejo, que se va formando por acumulación de las gotas diarias de orín.

Las cosas que dice lo aburren son muchas y sólo su mente de agudo periodista puede captar de un solo jalón. Según se lee, está muy bien informado y en medio de la actividad diaria, y para dejar constancia histórica de ello decidió enunciarlas precedidas del aburrimiento como juego literario mientras gozaba chuzando el teclado como niño travieso. Es decir; si lo estuvo, mató el aburrimiento escribiendo. Seguro que gozaba también imaginando las caras de tristeza que pondrían los lectores al enterarse de lo aburrido que se mantiene “el pobre” Oscar. A pesar de todo, está tan contento al lado de Muñe, que se da el lujo de mamarle gallo al suicidio.

Con todo el respeto, admiración y aprecio que siento por Oscar, pienso que deberíamos hacer un plan para ponerle un motor de tres velocidades a la silla, con luces exploradoras para que saliera a recorrer las calles y los andenes metiéndole la mano en la entrepierna a cuanta negra culona encuentre, y a las otras también. Lo veríamos acelerado riéndose a carcajadas de todo el mundo y de sí mismo y detrás, corriendo, iría Muñe gritando: “Deténganlo, párenlo que está muerto de la risa de tanto aburrimiento.

27/08/2011

Torre de papel samaria, el otro blog

Fetichismo patriotero

Hay expresiones que por mucho que tratemos de analizar y comprender siempre quedan en suspenso. Entre esas está “amor”, que para medio asimilar acompañamos siempre con algún adjetivo: Amor fraternal, paternal, platónico, divino, etc. En su comprensión, lo más acertado es que amor está encadenado como sinónimo de apego, y tal vez por ahí sea más entendible, al menos entre personas. Pero lo que sí es todavía más difícil de entender es ese amor por las cosas, eso de amor a los árboles, a las aves, al suelo o, más aún, amor a la patria.

Miguel Antonio Caro, dijo: “Patria te adoro en mi silencio mudo, y temo profanar tu nombre santo. Por ti he gozado y padecido tanto cuanto lengua mortal decir no pudo”. Amor a la patria. A ese pedazo de tierra donde nacimos o donde fuimos acogidos, extensible al todo que lo contiene, que suele simbolizarse por el escudo, el himno o la bandera. No sabemos muy bien cómo es eso, pero amamos la patria. Y como es algo que desde niños nos inculcan, llega a ser cosa común y corriente que se “ejercita” sin mucha conciencia de ello. O es que acaso no se ha dado cuenta cómo se nos erizan los pelos (pone piel de gallina) cuando oímos el himno nacional.

Se ama lo que se ve, lo que se conoce, lo que en cierta manera se tiene. A partir de allí dejo la conclusión al lector sobre eso de “amor a la patria”. Aunque de mayor precisión seria amor a la nación. Pero sigamos.

Hace muchos años, cuando adolescentes, bajábamos de Taganga por la carretera recién construida y sin pavimentar, al llegar al pie de monte desviamos por un atajo y pasamos frente a casuchas de invasión hechas con pedazos de latón, cartones, plásticos y tablas  madera. En una de éstas, a un lado de la puerta yacía un perro famélico dormitando, y al otro lado una niña de cerca de año y medio jugaba con una muñeca descabezada.

La única prenda que vestía la niña descalza era un calzoncito o braga confeccionado por la parte anterior con tela color amarillo, como el oro de nuestras riquezas saqueadas, para cubrir su mayor tesoro y en la parte trasera, una nalga cubierta por el azul de los cielos y los océanos, con Panamá y todo, y la otra, por el rojo de la sangre derramada por los héroes de la patria de hace 200 años, así como la vertida por las victimas de la violencia endémica que nos ha acompañado desde siempre hasta hoy.

La madre tomó una de las banderas repartidas por la dictadura del momento, que debían  ondear en las ventanas de las casas, para confeccionar las pantaletas de aquella niña.

Años más tarde la selección de fútbol del país, saldría a la cancha disfrazada de bandera: camiseta amarilla, pantaloneta azul y medias rojas, patrocinada por una marca de cerveza que utiliza los mismos colores en su publicidad y en las diminutas prendas que visten sus modelos. Las bailadoras de cumbia los llevan en los faldones y un humorista posaría desnudo tapándose apenas con el pabellón nacional. La encontramos en gorros, camisetas, mochilas; todo se ve amarillo, azul y rojo. Ese es el fetiche nacional.

“Todos somos Colombia” y por eso nos hemos de disfrazar con sus colores. Desafortunadamente esto ha sido un asunto de olas revividas, producto de una psicología de masas barata, que no guarda relación alguna con los sentimientos reales de un pueblo, valga la expresión, mamado de muchas cosas, para no entrar en detalle, entre ellas de tanto simulacro y engaño.

Pero desde  el orden estético hay que resaltar que tanto camisetas, como ruanas, gorras, pantalonetas, hamacas y demás prendas en las que utilizan los colores de la bandera, con alguna escasa excepción, todos muestran un desastroso diseño de mal gusto en el manejo y yuxtaposición de los colores.

Julio 2010